toros

Me recuerdo a mi abuelo

“Me recuerdo a mi abuelo”, me sorprendí pensando. Estaba sentado en el sofá leyendo el diario El Mundo y seguía de fondo los toros en la tele. Exactamente a lo que se dedicaba mi abuelo Paco en sus últimos años de vida.

No sé por qué camino llegamos a converger. No fui consciente del proceso en que sus aficiones se convirtieron en las mías.

Le recuerdo aquellas tardes en la casa de mis abuelos, ahora de mi abuela, siendo yo un chaval de nueve o diez años, y él perenne en su sillón de flores verdes donde repasaba el periódico de ayer, o en el sofá blanco frente a la vieja Samsung los días de toros en Canal Sur. Me evoca tardes aburridas de clarines sonando y de olor a tinta recalentada por el sol de la ventana. Supongo que yo entonces jugaría o haría como que hacía la tarea.

Hoy le pediría “pásame el periódico cuando acabes, abuelo”, y quizás comentaríamos las verónicas de Morante, y él me diría que para torero de arte El Paula, y entonces me contaría cuando eran vecinos y le daba clases particulares al diestro jerezano, que por entonces era medio analfabeto, y que luego les invitaba, agradecido, a las mejores corridas y tal.

Pero él estaba en el ocaso de su vida y se había ganado esas tardes de placer; yo estoy en la aurora de la mía y me siento culpable por ellas: “soy un niño jubilao” como escribió Martínez Ares.

El pacto del lechazo

Se dice que en Granada abunda el malafollá y en Valladolid, el facha. También cuentan que la ciudad de la Alhambra es la más castellana, por su sobriedad, de las andaluzas, y que en Valladoli(t) se habla el mejor castellano. Dichos son.

Los hechos son convergentes. Ambas capitales son gobernadas por camisasblancas sanchistas: un matón feminista en El Norte y un profe de gimnasia con gafas en la ciudad Ideal. Pero, sobre todas las cosas, el Pucela y el Graná, si hay Dios, se reencontrarán mediado agosto en la Santander, como un veraneo de David Gistau con vermú. Cierto es que el último que descendió al Valladolid fue el Granada, pero también que Guardiola, goleador en Payaso Fofó, mamó Puleva. Todo se puede arreglar con un buen lechazo de por medio y unos piononos al postre, hasta lo del tractor San Emeterio, en propiedad pucelana, que el sábado nos hizo soñar, ay.

Aprovechando que Aguado toreaba por Valladolid, como bien nos narró José F. Peláez, y que se le quedó la carita como de tal al ver que la puerta no era del Príncipe ni el Pisuerga el Guadalquivir, no me resisto a felicitar a Jesús Nieto Jurado que se marcó el domingo un artículo torero en sus cartas que echa al Norte. Como la canción de mili, JNJ (que suena a reunión papal con jóvenes) tiene en cada puerto una mujer o un equipo: el Málaga en el Mediterráneo, el Valladolid en el Pisuerga, el Atleti en el Manzanares y el Madrí a la orilla de la Cibeles.

Cerca de la Diosa, en San Jerónimo, la Gran Familia Socialista velaba el cuerpo de Rubalcaba, tibio como un tercer león de piedra; mientras en Mis Cármenes los sobrinos de la ETA llamaban asesino a don Alfredo, paz descanse, en un minuto de silencio que se hizo más largo que un artículo dominical de Pedro J. Y la Leti tan feliz emprestando Su Copita a las katxorras. Siempre recordaremos a APR por las manos de José Mota y por Juan el del Selu.

Y nuestros progres a lo suyo, a polemizar ignorantemente por un pañuelito que se sacó Morante; cuando el pañuelo que deberían agitar en sus tuits es el teñido de sangre de las vírgenes gitanas: eso sí que es una animalada.

Mi alternativa

Escribo a porta gayola mientras escucho Al-cantar-a-Manuel, de Mayte Martín: “A la sombra de una barca/ me quiero tumbar un día/ y echarme todo a la espalda / y soñar con la alegría.” Me inspira como ver torear a El Juli. Leí hace unos días las declaraciones de un torerillo jiennense y pelirrojo, debutante en San Isidro, que decía que él quería ser torero, no quería recoger más aceituna. Yo me siento así cuando escribo: no quiero estudiar más oposiciones a ordenanza o a secretariucho, quiero ser escribidor, quiero ser columnista. Y por eso me arrimo al toro, a sabiendas de la cornada, como Roca Rey, que se los pasa por la taleguilla.


LL se acoge a sagrado en lo español, como la KSB, y el aligátor caraqueño vuelve a morder. Me vienen a la cabeza los versos de Neruda, que los parafraseo: “Nicolás Maduro se llamó el murciélago. / Era redondo de alma y de barriga / pestilente, ladrón y circunflejo, / era un gordo lagarto de pantano, / un mono roedor, un loro obeso, / era un prostibulario maleante, / cruzamiento de rana y de cangrejo.” Se le pique bien a la bestia.


El quite se lo dejo al de La Puebla, Morante de Vox, que pasea el río por la marisma con los ecos de su capote.


Vaya el primer par de banderillas contra los inclementes que se han aprovechado de un lapsus de la periodista María (Roca) Rey para lapidarla. Los segundos palitroques, con la bandera nacional, se claven en el lomo de los ofendiditos que se han horrorizado por un titular ingenioso de la “referencia dominante”. Y cómo no, los últimos avivadores, precisamente para eso, para el buey Marius, aka Ferdinando, cuando Silvia Barquero le esté dando de comer ramitas. (“La madre o el perro”, que diría el Chapu).


[Y antes de entrar con la muleta, quiero brindar este toro a Jesús Nieto Jurado, un Pedro Luis de Gálvez millenial: ahí va la montera, Maestro; cámbiela por la gorra].


Solos ya la bestia y el menda. La Ansiedad y la Muerte. En el horizonte, la Vida. Le doy dos pases al natural: que pacte Sánchez a su izquierda.
Recuerdo a Borges, “me legaron valor, no fui valiente”. Mi sempiterna compañera de viaje, la bicha, me seca la boca, me paraliza y me disocia, pone a Manuel en tercera persona. No le da tiempo a rumiar, la sangre morena que atasca la autopista corazón-cabeza, porque el toro le ha cabeceado.


Acostado en la arena solo quiere ser arena.


Pero se acuerda de Alcántara (“tendré ya que figurarme, don Manuel, que también somos paisanos en la muerte infatigable”), de Aragón y del Balica. Y de su madre despertándole para ir al cole. Y con legañas de sangre negra se incorpora. La espada en el paño de la muleta, que va de derechas. Vuelvo al yo. Me descalzo y pido música al maestro Tejera. Suspiros de España, FJL. Serie magistral de derechazos.


Y la plaza unánime pide indulto, como snchz con los golpistas. Porque a mi bestia, a mi bicha, a mi miedo no se le mata, se le torea, se convive con él, se le acoge. Decirle te quiero, ¡te quiero, ansiedad!, y no te temo. ¿Qué sería yo sin ti? Quizás un periodista en Madrid, pero desde luego no sería el que soy, Manuel López Sampalo.


Se abre la puerta del Príncipe. Me llega el olor del azahar apretado del crepúsculo. La brisita atlántica me da en la cara. Y renace el mundo, de colores, de flores, de amigos, “de libros de madrugada, el verano y tus pestañas”. Me canta El Pali desde una silla sobre el espejo cenital del Guadalquivir. Quién pone la manzanilla, que nos vamos pa la Feria. “Que la vida hay que tomarla, ole, ole ole y ole, de cachondeo”.

El oro del Perú

Al niño de José Mari Manzanares le pasa lo que al de Santiago Amón, que son figuras en lo suyo sin alcanzar a padre. O eso hablan los que han vivido. Lo de Suárez Illana –ayer en La Maestranza – es más como lo del chico de Paquirri.

El alicantino Manzanares resucitó el domingo con guapura bailando un toro con apéndices blanquiazules como una libélula oronda.

Roquita, que es virrey de la República del Perú, tiende los puentes de sangre que volaron San Martín y O’Higgins. Se deja los alamares en el filo de las astas como ofreciendo el último oro del Perú, y se pasa la vida y el toro por la taleguilla. Morir para vivir: ¡resurrección! Y domingo. Sevilla y don Mario Vargas Llosa –paisano tuyo, Roquita, ¡y mío! – en el tendido. Y el Juli, ahí es poco, que le brinda el primero al Nobel. No habrá faena, Roquita, pero ya la tarde tiene su literatura; y la mañana ya la tuvo: que dicen que pregonó García Reyes de Puerta del Príncipe. Y que allí estaba en el coso Alberto, el escribidor de Sevilla, y a su verita Carlos Herrera, que comía pipas como le come audiencia a la Ser.

No sé qué tiene la Plaza, Roca, pero allí no van mujeres, allí va la flor de la eugenesia a verte: francesas, portuguesas y sevillanas como Esperanzas, Trianas y Macarenas. Vale, sí, también estaba Esperanza Aguirre

Yo tampoco sé en qué momento se jodió el Perú, Roquita, pero ten por seguro que contigo y Mario, tu bandera sangre y blanca (como tu vestido) que pendía ayer en la plaza marinera, también es la mía.

“Firme y feliz por la reunión”.